Un largo receso en las publicaciones en el blog de LERÍN ES CAPITAL. Algo más tres meses. No estaba previsto, pero hay temporadas en las que es complicado compaginar el descanso veraniego y las circunstancias laborales y personales, con la preparación, en ratos "robados", de artículos de la calidad que este blog exige. (Y las colaboraciones que tenemos son valiosísimas, pero siguen siendo escasas).
Pero aunque en estos meses no haya habido publicaciones, este tiempo no ha sido de total inactividad interna en el blog ni en otras facetas del proyecto Lerín es Capital. Ni mucho menos. Así que, con fuerzas renovadas... volvemos al lío.
Hoy traemos un interesantísimo artículo elaborado por nuestro colaborador José Luis Ona, en el que vamos a conocer el origen de uno de los lugares más peculiares de Lerín (y de los más espectaculares también). Es uno de esos lugares o zonas que estamos tan acostumbrados a pasar por él, que no nos preguntamos cuándo o por qué se crearon.
Pues hoy lo vamos a saber.
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HISTORIAS DE UN PASEO
Por José Luis Ona González
LA VILLA ENCARAMADA
A comienzos del siglo XIX Lerín ocupaba prácticamente
todo el espacio disponible entre la “cava” o foso que corría por el Norte -del
palacio condal al Torreón de la Cárcel- hasta el mismo borde de los escarpes que
rodean la villa. La calle Mayor, auténtico espinazo urbano, recorría desde la
Peña Alta hasta el Portal de la Villa y de ella salían a izquierda y derecha
calles secundarias que desembocaban en los “barrancos”, especialmente
inaccesibles los del lado Sur, con 100 m de desnivel hasta su base. Rodeando el
casco urbano se situó sin duda la muralla medieval, de la que solo queda la
trama y alguna referencia documental, coincidiendo en su mayor parte con las
defensas de urgencia que se levantaron sucesivamente en los conflictos bélicos
del siglo XIX en los que Lerín fue teatro activo por su estratégica ubicación.
Plano de la
villa de Lerín durante la Primera Guerra Carlista (1833-40). A la izquierda,
zona de la “Peña Alta” y la “Peña Baja”. (De una página de subastas)
CAPITAL DEL CONDADO
En 1805 la villa de Lerín funcionaba como una pequeña
capital comarcal, cabeza del condado homónimo, contando con la nada desdeñable
cifra de unos 2100 habitantes. El XV conde de Lerín (condestable de Navarra) y
XIV duque de Alba, entre otros muchos títulos, era desde tres años antes el
joven Carlos Miguel Fitz-James Stuart y de Silva-Fernández de Híjar, quien
nombraba “alcalde mayor” de Lerín desde su lejano domicilio madrileño. Su
poder, sin embargo, se sentía bien cercano. Los lerineses soñaban con liberarse
de yugo señorial. Bien reciente quedaba el histórico pleito planteado en 1788
por el Regimiento y Veintena de la villa de Lerín contra doña Cayetana de Silva
y Álvarez de Toledo –la famosa duquesa de Alba retratada por Goya- por el que
se pedía, lisa y llanamente, la reincorporación de Lerín al Patrimonio Real,
liberándose de ataduras señoriales, especialmente de la denostada y onerosa
pecha. La consulta se dilató, elevándose a la Corte madrileña y tardaría más de
40 años en resolverse. (Ángel Sánchez Gorricho, “El final de la Casa
de Alba en Lerín”, Anejo, Príncipe de Viana, nº 9,
1988, pp. 473-482).
Descripción
de la villa de Lerín en 1802
En 1802 fallece la duquesa y cesa su fiel Alcalde Mayor,
Manuel de Urrea, tras 36 años de ejercicio en Lerín. Le sucede Juan Miguel
Echeverría, quien se estrena interponiendo nuevo pleito contra la villa, esta
vez por el derecho de pesca en el Ega. (Ibid.)
La élite social lerinesa está compuesta en esos años por
varias familias reconocidas en su hidalguía, con derecho a ostentar sus
respectivos escudos de armas en la fachada de sus casas. Destaca la figura de
Manuel de Larramendi, cerero sangüesino que matrimonió con la rica heredera
lerinesa Joaquina Octavio de Toledo, avecindándose en la villa del Ega, donde
destacó como comerciante de granos, vino y aguardientes, además de ganadero. (Ángel Sánchez Gorricho, “Galería de
personajes ilustres. Manuel de Larramendi y San Martín”, en Lerín, Historia, Naturaleza,
Arte, Ayto. de Lerín, 2010, pp. 297-299”)
La figura polifacética y emprendedora de Larramendi llena
la vida local de la segunda mitad del XVIII y comienzos del XIX como principal
representante de las ideas ilustradas en la villa. Terminó en 1773 el precioso
palacio todavía existente frente a la puerta del Pintado, donde colocó los
escudos familiares una vez que obtuvo su ejecutoria de hidalguía y que servirá
de alojamiento a cuantos personajes de postín recalan en la villa durante esos
años. Murió en 1812, sucediéndole en el mayorazgo su hija Casilda. (En Á. Sánchez Gorricho, Ibid. y
Eduardo Morales Solchaga, “Portada ejecutoria de Hidalguía de los
Larramendi-Octavio de Toledo”, Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro,
Universidad de Navarra, septiembre de 2007).
Firma y
rúbrica de Manuel de Larramendi
Las élites de esta pequeña capital administrativa están
al tanto de las modas imperantes e intentan emular en lo posible los gustos
estéticos de la Corte. A imagen y semejanza del Salón del Prado madrileño,
reforma de un paseo anterior acometida por Carlos III entre 1763 y 1778, otras
ciudades españolas diseñan sus paseos y
alamedas donde la aristocracia pueda exhibir su riqueza en forma de vestuario,
joyería… o incluso los lujosos carruajes.
Esa costumbre social de ostentación en público solamente se
podría escenificar en un punto muy concreto de la difícil orografía lerinesa:
en el camino de ronda que faldea la denominada “Peña Alta”. Un itinerario de
430 m desde el convento de las monjas hasta la “Peña Baja”, que une a su
notable longitud otras dos virtudes: es singularmente llano (algo casi
impensable dada la enriscada ubicación de la villa) y prácticamente aéreo,
dominando a placer el valle del Ega, con su mosaico de huertas, cerrando el
horizonte una auténtica lección de geografía: la Cordillera Ibérica, con el
Moncayo al fondo; las espectaculares sierras de Cantabria y de Codés, donde el
sol se esconde en atardeceres de lujo; el mítico Montejurra y las estribaciones
de Urbasa y Andía. Y, por fin, completando el círculo, la Higa de Monreal y,
más allá, los Pirineos roncaleses. Panorámica dilatada y circular ideal para
amenizar un delicioso paseo.
Panorámicas desde la Peña Alta y Baja
OBRAS DE MEJORA
Pero ese camino de ronda que rodeaba la antigua fortaleza
(“el paseo único que se halla en los muros de esta dicha villa pegante a las
eras de Santa Bárbara y obra de las Monjas”) no se encontraba en 1805 en las
mejores condiciones pese a ser ”el único Paseo y recreo” de la villa, por lo
que el consistorio recibió quejas de varias “personas condecoradas del pueblo
de que el paseo llamado de la Peña se hallaba por parajes intransitables y por
otros con necesidad de ensancharse y dejarlo con más hermosura y limpieza que
la que tiene”. Los peritos Miguel Serrano y Francisco Alonso Martínez estimaron
que las obras para “hermosearlo y ponerlo de modo que las gentes puedan
pasearse con alguna libertad y comodidad” se elevarían a la cantidad de 100
pesos fuertes, siendo preciso el “rancamiento de la peña que en la mayor
extensión tiene que quitarse y es de doscientas varas, poco más o menos, y de
muchas más [varas] hacerlo de tierra firme con el descombramiento [eliminación
de escombros]”. Aceptado el presupuesto, en fecha de 30 de junio de 1805 los
señores munícipes, D. Joaquín Jiménez y Antón, Tomás Bastero y Fermín Moreno
acordaron solicitar al Real Consejo de Navarra su aprobación para financiar la
obra acudiendo a las rentas de Propios.
Encabezamiento
del pleito (AGN)
Una vez aprobada la petición surgió un problema añadido
al incluir el ayuntamiento como paseo “la Peña alta y baja”, ampliando así la
zona de recreo. Pero ambas peñas servían tradicionalmente como espacios de
trabajo al aire libre a los alpargateros y a los cordeleros de cáñamo y lino,
además de que los agricultores de la vecindad tenían la costumbre de sacudir
allí su cosecha de alubias. Por si fuera poco la Peña era el lugar donde la
juventud lerinesa jugaba “a la calva” y tiraba “a la barra”, dos juegos de
fuerza y destreza con gran predicamento en Lerín. También, se señala, se solían
arrojar allí escombros y basuras.
Actividades todas ellas que a las “personas condecoradas”
debían de parecerles inapropiadas e incompatibles con la noble actividad del
paseo. El ayuntamiento no solo las prohibió bajo multa de cuatro pesetas cada
vez, sino que incluso invitaba a los vecinos a delatar a los contravinientes. El conflicto estaba servido.
Los días 5 y 6 de septiembre el escribano Juan Josef Díaz
fue notificando el despacho a diversas
personas concernidas en las prohibiciones, comenzando por Narciso Vizcaíno,
labrador, que vivía en las cercanías de la Peña Alta, quien se dio por enterado
y estampó su firma. Seguidamente se le notificó a Antonio Ximénez, también
labrador residente cerca de la Peña, que sin embargo de saber, no firmó. El
tercer notificado fue Josef Bermejo, alpargatero, quien se atrevió a sugerir que
la villa señalara otro lugar para trabajar. El cordelero Julián de Urra fue el
siguiente, protestando que le parecía que “no hacía estorbo” al hilar en el
Paseo. Seguidamente se advirtió a Mateo Ramos, labrador vecino de la Peña Alta;
después a Martín Íñigo, alpargatero, y luego a Ramón Moreno Castillo, labrador
y vecino de la Peña Alta. El día 6 se notificó el despacho a Vicente González,
labrador, que vivía “junto a la Peña que dicen de Merino próxima al Paseo”. Y
finalmente a Francisco Lesaca, labrador con casa en la misma Peña Alta, próxima
al Paseo, concluyendo así la ronda de notificaciones. La mayoría de los implicados
eran labradores que tenían la Peña Alta y la Baja como espacios auxiliares, muy
adecuados para varear alubias; pero también dos alpargateros y un cordelero que
necesitaban trabajar al aire libre y lo hacían en el Paseo. Solamente dos de
los nueve implicados sabían firmar.
Recorrido
del Paseo sobre foto aérea de 1966/71 (IDENA-Gobierno de Navarra)
EL CONVULSO SIGLO XIX
Muy poco tiempo después, tal vez al año siguiente, hubo
novedades importantes en la Peña Alta, pues a causa de la crisis de
subsistencias padecida entre 1802 y 1804, que incrementó notablemente la
mortalidad, se desbordó la capacidad del cementerio parroquial (se enterraban
cadáveres tanto en el interior de la iglesia, como en el exterior, en el
Pintado) determinándose por motivos de salubridad construir un cementerio nuevo
en las eras de la Peña, en el solar del desaparecido castillo, la cota más alta
y despejada del casco urbano. El camposanto se amplió hacia las eras que caían
al Paseo a mediados del siglo XIX y finalmente fue ocupado por el Fuerte
Cazorla en 1874. (J. L. Ona González, “La ermita-torreón del
Fuerte Cazorla: un monumento desconocido en vías de recuperación”, Programa de
Fiestas, 2022, Lerín, pp. 61-63)
Por otra parte, se tiene constancia cartográfica y
documental de que durante la I Guerra Carlista (1833-1840) se fortificó el
perímetro del casco urbano de Lerín, completando quizá las defensas que debió
de haber durante la Guerra de la Independencia e incluso durante la Guerra
contra la Convención Francesa (1792-96). Se conocen dos versiones de un plano
de las defensas de la villa hacia 1836, que incluyen un parapeto que bordea la
Peña Alta, reforzado con una batería artillera junto al convento de monjas. Es
entonces cuando se derribó la histórica ermita de Santa Bárbara, junto a la
Peña Baja, con el fin de aprovechar sus materiales en la fortificación.
Ignoramos qué espacio alternativo se asignó a la juventud
aficionada a jugar a la calva o a lanzar la barra tras las proyectadas obras de
1805. Pero cabe señalar que años después se habilitó un “juego de pelota”, que
todavía se conserva con el nombre de “frontón viejo” aprovechando la pared
recortada del cementerio de la Peña y el frontis de la capilla construida a
mediados del XIX y hoy en obras de rehabilitación.
Amigas en
el Paseo en la década de 1950 (Col. Familia Garnica-Cruz)
El Paseo ha seguido cumpliendo su función hasta nuestros
días y goza de buena salud. Con los años vio levantarse edificios a su vera,
varias casas, el cine y el baile, y más recientemente un moderno bloque de
viviendas.
Acondicionamiento
del mirador de la Peña Alta. Abajo, a la derecha, el Paseo (Foto Iluminado,
1968. AML)
El paseo en
1973 (Foto Iluminado, AML)
El Paseo 2023 (Foto J. York)
Durante unos años, a partir de la década de 1960, se celebraban allí
las competiciones de tiro al plato durante las fiestas.

Eusebio Ona en el campeonato de tiro al
plato celebrado en el paseo el 18 de agosto de 1964 (Foto Iluminado)
Ha crecido el arbolado,
quizá en demasía en algunos sitios, impidiendo contemplar cómodamente el
paisaje, uno de sus puntos fuertes. La Peña Baja, uno de sus extremos, ha sido
paulatinamente urbanizada, convirtiéndose en una plaza-mirador con memorial
incluido.
La Peña Baja 2023 (Foto J. York)
Por aquel paseo que se ensanchaba y mejoraba en 1805
camina hoy y se solaza con el paisaje gente muy distinta a la de aquella
jerarquizada y clasista sociedad que quizá empezaba a sospechar los profundos
cambios que acabarían con sus privilegios y preeminencias.
El Paseo 2023 (Foto J. York)
Mirador en el Paseo 2023 (Foto J. York)
El Paseo tiene
Historia.
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Artículo: José Luis Ona González
Fotos antiguas: Archivo libro "Lerín, paisajes urbanos y humanos en blanco y negro"
Fotos actuales: José York
Fuente documental: Archivo General de Navarra [AGN]
Procesos judiciales. Consejo Real de Navarra. “La villa de Lerín contra el
Fiscal, sobre confirmación de acuerdo relativa a la inhibición a los
alpargateros de realizar su trabajo en el paseo, junto a la basílica de Santa
Bárbara, y permiso de obras de reparación de dicho paseo.” FO17/083463.
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