domingo, 17 de enero de 2021

MARÍA RICARTE MORENO

Comenzamos las publicaciones de LERÍN ES CAPITAL en este nuevo año y lo hacemos "a lo grande", con un nuevo artículo de Charo López Oscoz en el que nos rescata la figura de una lerinesa cuya historia bien podría titularse, como la serie de TV, "Amor en tiempos revueltos", y cuya hija alcanzó una gran popularidad en su época.

 

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Sin más, vamos a conocer a... 

 

MARÍA RICARTE MORENO, madre de "LA SARGANTAIN" 

 


Ríos de tinta han corrido sobre la vida de Júlia Peraire, la musa del pintor Ramón Casas y Carbó, y muchas veces habremos visto su figura reflejada en alguno de los muchos cuadros en los que el pintor catalán inmortalizó su figura; pero lo que no sabíamos era la ascendencia lerinesa de esta famosa modelo ya que la madre de Julia era de Lerín.

 

Tal cual, María Ricarte Moreno, la madre de Julia Peraire y Ricarte, era lerinesa y había sido bautizada en la iglesia de Santa María de esa localidad navarra el día 27 de marzo del año 1858, recibiendo en la pila del bautismo el nombre de María Ramos; era hija de José Ricarte Martínez y Manuela Moreno Maestu y era, además, la pequeña de los cinco hijos que tuvo el matrimonio (Jacobo Francisco, Leandra, Anacleta, Severina y ella misma). Todos ellos tenían en Lerín abundantes primos y parientes: las primas Casimira y María Matías Solano Moreno o el primo Martín Ricarte Sagredo eran solo algunos de ellos.

 

(Grabado de Nemesio Lagarde titulado: Lerín. Plaza de la iglesia donde pasa lista la ropa. Revista La Ilustración Española y Americana. Madrid. Nº XL, 30-10-1875, p. 268. Facilitada por J.L. Ona)

 

José Ricarte, el cabeza de familia, muere pronto y para el año 1871 ya se había casado la mayor de las hijas, Anacleta, con el lerinés Luis Velasco Ibiricu. Además, la situación familiar se iba a ver complicada pues pronto se desata la tercera guerra carlista que afectó especialmente a Navarra. En el avance de las tropas el ejército liberal toma Lerín, incluida la iglesia, que destinan a almacén y cuartel, y así se mantuvo hasta bien acabada la contienda sufriendo por esta causa grandes desperfectos, así como en otros muchos edificios. La casa parroquial sirvió de cuartel y el párroco tuvo que alojarse en otro lugar; además, buena parte de los oficiales se hospedaron en casas “pudientes” de la villa (no sé si de buen grado por parte de estos). Un joven alférez de graduación, que ejercía de sargento primero en lo que era el Primer Batallón de Infantería de Zaragoza –que es el que tomó Lerín- llamó la atención de nuestra María Ricarte, y más de una noche este oficial le debió robar el sueño a la moza; esta saldría corriendo al despuntar la mañana al escuchar el sonido de cascos, buscando distinguir de entre los soldados la apolínea figura de su alférez; correría a la plaza de la iglesia para verlos hacer la instrucción y pasar revista, como seguramente harían también muchas de las mozas que acudían a la esquina con cualquier excusa para verlos, más o menos abiertamente, sobre todo cuando no tenían la suerte de vivir en la calle mayor y ver sin ser vistas, protegidas tras el visillo de su ventana. 

(Este grabado de Lodosa puede ayudar a hacerse una idea de como los soldados se mezclaban con los lugareños. Autor: Nemesio Lagarde. Título: Lodosa. Aspecto de la Calle Mayor en un día de llegada de tropas. Revista La Ilustración Española y Americana. Madrid. Nº XL, 30-10-1875, p. 268. Facilitada por J.L. Ona)

Mucho amor platónico debió de surgir en aquellos años entre el mocerío, y no tan platónico, ya que en este caso estos dos jóvenes se conocieron y se enamoraron locamente. La relación tuvo que ser corta y apresurada y en constante desasosiego dada la situación de guerra. Ella tenía apenas 18 años, y, seguramente, una lozana juventud y una evidente belleza que encandiló también al joven pero, sobre todo, muchas ganas de vivir a pesar de tiempos tan inciertos.

Él había nacido en la provincia de Barcelona, en un pueblo de la comarca del Berguedá llamado Aviá y se llamaba Marcos Peraire Iglesias y era hijo de José y Josefa y era, además, de ideas bastante librepensadoras que chocaron seguramente con el carácter de María, pero que no fueron obstáculo para rendirse ésta a sus encantos. Se prometieron amor y matrimonio y, aprovechando que al acabar la guerra el ejército quedó acuartelado en Lerín todavía unos meses más, pudieron casarse. Y así lo hicieron. Los casó don Sabas Segura que era en ese momento el vicario interino, con la anuencia de don Donato Peñalva Ezquerra, capellán castrense de ese primer Batallón del Regimiento de Infantería de Zaragoza. Previamente se hicieron las tres proclamas de rigor, tanto en la iglesia como en el cuerpo militar y, “habiendo sido aprobados en Doctrina Cristiana, recibieron los Sacramentos de penitencia y comunión” y se ofició la ceremonia.

Detalle de la partida de matrimonio.

Esto era un 26 de agosto del año 1876 y habían pasado ya seis meses después de la victoria del ejército liberal, tiempo de relajación que aprovecharon para poner en orden sus planes de futuro. Al levantarse el acuartelamiento los soldados son enviados a sus casas y María no duda en abandonar Lerín y seguir a su marido a Cataluña donde juntos emprenden una nueva vida. Parece ser que Marcos era de profesión veterinario y después de una primera estancia en Aviá, su pueblo natal, se instalan en San Martín de Provençals donde posteriormente será nombrado director del matadero de esa localidad. La Primera República Española caló en su ideario y esto le llevó a destacarse políticamente siendo elegido secretario del Comité de Republicanos Progresistas. Aquí, en San Martín, nacieron las cinco hijas del matrimonio: Emilia Luciana, Purificación, Junia Victoria (Julia), Salud y Flora. Ya los nombres elegidos para ellas delatan de algún modo la filiación política del padre.

Marcos murió joven, y esta muerte prematura dejó a María viuda con sus cinco hijas en situación delicada, sin nadie cercano en quien apoyarse. Debió sopesar la posibilidad de regresar a Lerín pero, seis mujeres sin varón que las sostuvieran en aquellos años en un pequeño pueblo agrícola, comparado con las posibilidades que ofrecía Barcelona no se lo debió pensar dos veces ya que optó por quedarse y tirar para adelante, contando ya, seguramente, con el apoyo de las hijas mayores y sus propias fuerzas ya que era un mujer fuerte y de gran entereza.

Eran ya finales del siglo XIX. María debió pensar que el centro de la ciudad era mejor lugar para labrarse un futuro y buscan una casita en Ciutat Vella, situada en el centro histórico de Barcelona y allí se trasladan a vivir. No aparece muy claro en que se empleó en este momento María, pero echaría mano de cualquier trabajo de limpieza y servicio que le surgiera para salir adelante. En algún lugar se dice que se dedicaba a la venta ambulante por los cafés del centro, pero no hay referencias suficientemente manifiestas que lo avalen.

Luciana, la hija mayor, establece una relación con un joven catalán con el que se casa; se llamaba Jaime Serra Hunter y era natural de Manresa. Jaime llegaría a ser uno de los más destacados filósofos catalanes. El joven había estudiado Filosofía y Letras en la Universidad de Barcelona y durante su trayectoria fue nombrado catedrático en diversas materias en Almería y Santiago de Compostela, respectivamente, y en el año 1913, ocupa la cátedra de Historia de la Filosofía en la Universidad de Barcelona. Durante la Segunda República fue decano de la Facultad de Letras, y, entre los años 1931-32, rector de la Universidad de Barcelona. Afiliado a Esquerra Republicana de Cataluña fue elegido diputado del Parlamento catalán en 1932 y nombrado Vicepresidente y después Presidente del Consejo de Cultura de la Generalidad. Al acabar la guerra civil se exilió a Francia con su mujer y sus hijas y después a Méjico. Murió en Cuernavaca el 7 de diciembre de 1943. 

Foto: Jaime Serra Hunter - ecured.cu

En un momento dado la situación económica de María Ricarte y sus hijas mejora (quizá apoyadas económicamente por el marido de Luciana) y se trasladan a vivir al número 114 de la barcelonesa calle Zaragoza, a una “torre” amplia con terraza y jardín. Probablemente todas ellas, pero se sabe que Julia (la Júlia), la menor de las hijas, deja pronto la escuela para ponerse a trabajar y apoyar en la economía de la casa. Con la reticencia sin duda de la madre, que desearía algo mejor para su hija, Julia se las arregla para conseguir un puesto de lotera, y cada día se apostaba en la Plaza de Cataluña ofreciendo la suerte a todo el que pasaba. Otros dicen que lo que vendía era periódicos, o incluso flores. El caso es que la joven se movía por estos lugares de gran trasiego a los que acudían los intelectuales y bohemios del momento y, en general, buena parte de la burguesía barcelonesa. La chica, que era un primor de hermosura, despierta la atención de alguno de estos bohemios y lo comentan entre ellos. Parece ser que el poeta Antonio Sánchez de Larragoiti descubre a la joven y se lo cuenta a su amigo, el pintor más conocido y reconocido del Modernismo catalán, Ramón Casas y Carbó, ya que esta chica le podría interesar como modelo para sus cuadros. La conversación entre ambos parece ser que se desenvolvió de este modo:

(Larragoiti): –Julia, Julia…, mi modelito, es una muchacha que está siempre, a todas horas, en el ángulo de la Rambla y Plaza de Cataluña, cerca de la puerta del Continental. Ese es el sitio fijo de la princesa de sus sueños. En aquel punto, andrajosa, mal vestida, pero hecha un sol de primavera, vende ramitos de flores a los jóvenes que pasan a su alcance. Y como ya he dicho, es un primor de belleza y nadie deja de fijarse en ella, de admirarla y de comprar el ramito que con tanta gracia ingenua ofrece; a ella, a la verdad, no se le compra algo tangible, se le compra el poder recrear los ojos contemplándola un momento, y esto, usted lo sabe como nadie, es una merced del Cielo.

A lo que Casas contestó: – ¡Cáspita! Me intriga Vd. soberanamente. ¿Cuándo me trae usted a Julia?

Mucha literatura se ha escrito a partir de aquí sobre Julia y muchos se adjudican haberla descubierto para Casas; de esta versión llama la atención al describirla como “andrajosa y mal vestida” ya que, como he dicho, habitaban en un chalecito del centro y no parece cuadrar mucho con su estatus que, aunque humilde y sencillo, daría para salir a vender billetes de lotería con cierta dignidad en la vestimenta.

El caso es que Casas descubre a “la Júlia” y al momento queda prendado de ella, pidiéndole posar para él. Ella accedió y esa decisión marcó la vida, no solo de la joven, sino también de su madre y hermanas; a partir de ahí Julia se convirtió en la gran musa del pintor. Este la llegó a retratar en aproximadamente ciento veinte ocasiones y marcaron de modo especial la obra de Casas, a pesar de ser ya para entonces un consagrado pintor modernista. Dado el carácter desenvuelto y arrollador de la joven, de esta relación pintor-modelo fue casi inevitable que surgiera también una relación sentimental, a pesar de que entre Ramón y Julia mediaran veintidós años de diferencia y una desigualdad clara y notable de estatus social pues él pertenecía a la refinada burguesía catalana y era además un excéntrico bohemio.

Para colmo, el pintor tenía una eterna novia con la que nunca se llegó a casar. A partir de este momento los ojos, el corazón y la vida entera del pintor serían para Julia; y así, además de verse en el taller del artista en sus largas sesiones de posado, acudía Ramón con asiduidad a la casa de la chica donde convivía con la madre y al menos dos de las hermanas. Y eso no era todo, Casas la empezó a exhibir de modo abierto y natural y a dejarse acompañar por ella en sus refinados círculos sociales; y si bien Julia llamaba la atención por su belleza y sabía muy bien desenvolverse en este entramado social, la hipocresía de la sociedad catalana de entonces alcanzaba a soportar todo tipo de excentricidades y licencias pero no aceptaba sin embargo que uno de sus miembros, por muy famoso que este fuera, se mezclara con una vendedora de lotería de la Plaza de Cataluña. A pesar de que algunos  achacaran esa reticencia a la envidia que en ellos despertaba la joven. 

 

Ramón Casas. (Foto, descubrir el arte.com)

 

La madre, por su parte, tras un primer amago de reserva, debió de ceder pronto a la relación; al fin y al cabo dada su situación y lo que también pudiera haber calado del pensamiento librepensador de su difunto esposo, ayudaba a quitar hierro a la hora de admitir que su hija viviera amancebada y en su propia casa; además Julia era una chica muy dispuesta y seguramente muy persuasiva y se encargaría pronto de convencerla de que Ramón era el amor de su vida, y, por otro lado, María veía feliz a su hija y una madre es lo que desea para su prole; además, también debió pensar que Barcelona no era Lerín y aquí se sentía más a salvo de críticas.

Casas había demostrado que no era hombre de los que se casan ya que era muy amante de viajar a sitios de moda, tales como Paris o Nueva York y visitar lugares cosmopolitas y sus tentadores efluvios: beber, fumar y comer bien y, en general, ir a contracorriente, por lo que el matrimonio le resbalaba; decía, que él “solo se casaba con la libertad y la pintura”.

El pintor, a pesar de tener fijada su residencia en el Paseo de Gracia junto a su madre y hermanas, la mayor parte de los días se quedaba a pernoctar en la casa de Julia, para desespero de aquellas. Esos primeros años mantuvieron al pintor fuera del círculo familiar y de amistades. Casas, embelesado con la joven, comenzó a pintarla casi obsesivamente haciéndole retratos en todas las poses y posturas, incluidos varios desnudos. A este pintor se le considera el mejor dibujante de su generación y los críticos de arte han estudiado al artista hasta la saciedad por lo que remito a ellos a la hora de valorarlo.


El primer retrato conocido que Ramón Casas le hizo a Julia será para un anuncio del Jabón fluido Gorgot, hacia el año 1905-06. 

A este le seguirá el dibujo cartel para la Enciclopedia Espasa y otro para la portada de la revista Progreso.


 

En el año 1907 lo hará para el Círculo del Liceo en un cuadro de Julia que se considera una de las más grandes creaciones de Casas. Al cuadro se le bautizó con el nombre de “La Sargantain”. Este nombre podría resultar un poco ambiguo ya que aunque le quisieron otorgar un deje como francés y venir a significar algo así como "La Sargenta", en el fondo escondía esa similitud con el catalán en el que sargantana significaba "lagartija".


En el año 1908 Julia será la diosa del cartel de los Juegos Florales de Barcelona.


En 1912 fallece la madre de Casas y al año siguiente pasa este a vivir a un chalet situado en la calle Descartes en el distrito de Sant Gervasi, junto con Julia, su suegra y su cuñada Flora. Y ya en 1922, después de 14 años de convivir amancebados, Ramón y Julia se casan, seguramente más con la  intención de aquel de legalizar su situación con vistas a testar en favor de su amante que por otra cosa. El padrino de bodas de Julia será su cuñado Joaquín Serra, el marido de Luciana. Julia tenía para entonces treinta y cuatro años y no tuvieron hijos, al parecer porque ella no quiso.

A los 66 años de edad fallece Ramón en la casa de Sant Gervasi un 29 de febrero del año 1932. El féretro fue portado también por su cuñado Jaime Serra. Tras la muerte del pintor Julia seguirá viviendo con su madre en la casa de Sant Gervasi. En un momento dado Casas pintó también a su suegra cuya imagen no he podido conseguir; y también a Marcos su marido aprovechando una fotografía que ella guardaba de este.

A la muerte de Ramón, Juliá hereda todos los dineros de la cuentas corrientes de su marido y abundantes bienes, además del usufructo de la casa que habitaban; la hermana de Casas será la heredera universal  que tras alguna reticencia inicial que arreglan por medio de abogados, se arreglan sin problemas. A partir de aquí Julia desaparece de los círculos sociales. Donará a la Junta de Museos de Barcelona un buen número de medallas concedidas a Casas y también lo hará Flora a la muerte de aquella, como heredera de su hermana.

Un tiempo después de la muerte del pintor fallece su suegra, nuestra María Ricarte, que es enterrada junto a su yerno en el cementerio de Montjuic. Llama la atención que Julia siempre mantuvo el vínculo familiar y nunca se separó de su madre y hermana hasta el punto de protegerlas y sostenerlas hasta su muerte.

El 18 de enero del año 1941, a la edad de 53 años, muere Julia Peraire Ricarte, la musa, de una bronco-neumonía gripal. Los cuadros donde aparece retratada se exponen en numerosas galerías de arte, que en su mayor parte fueron comprados por aquellos mismos que la criticaban y despreciaban. Numerosos artículos y detallados estudios se han hecho a lo largo de los años sobre la figura y la obra del pintor y su modelo, y hasta un escritor se atrevió a novelar la vida de esta. El libro, escrito por Roger Bastida se titula “La mirada de la sargantana”. Posiblemente “lagartija” fuera de los adjetivos más suaves que esta joven llegó a oír en su vida. Aunque dado su carácter, se puso el mundo por montera y no pareció que le afectara demasiado ese detalle. Al menos exteriormente.

 

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Artículo: María Rosario López Oscoz

Para realizar este trabajo he necesitado consultar el archivo civil de Lerín, los sacramentales, así como varios artículos de investigación sobre la vida de Ramón Casas, especialmente: “Júlia Pereire, “bitlletaire” y musa de Ramón Casas” de Emiliano Cano Díaz y los realizados por la doctora Isabel Coll experta en la vida y obra de Ramón Casas. Así como las atinadas observaciones sobre la ocupación de Lerín por las tropas liberales facilitadas por José Luis Ona, a quien agradezco sinceramente

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