viernes, 14 de mayo de 2021

MATÍAS OCTAVIO


Hoy, en LERÍN ES CAPITAL, nos alegramos por poder dar un paso más en nuestro empeño de poner en valor el patrimonio humano e histórico de nuestro pueblo.

El arduo y minucioso trabajo de investigación de Charo López Oscoz nos proporciona de nuevo la satisfación de lograr rescatar del olvido a este personaje lerinés. Personaje de relevancia en su faceta religiosa, pero también en la científica, incluso en la social y comercial, y que llevó a cabo buena parte de su tarea en el otro extremo del mundo.

Conozcamos pues a...

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MATÍAS OCTAVIO, UN ILUSTRADO FRAILE LERINÉS.

 



Tendemos a no ser conscientes de las consecuencias que a la larga tienen nuestros actos hasta que no se ven en perspectiva y tampoco Matías pensó en ellos el día que abandonó su Lerín natal. Su vida sin embargo dejó una honda e importante huella que inexplicablemente apenas es conocida; ya es hora pues de sacarla a la luz.

Nace Matías Octavio en Lerín (Navarra) en el año 1743, y aunque no hay precisión exacta sobre el nombre de sus padres, todo apunta a que era hijo de Francisco Octavio de Toledo Martínez, y María Martina Abadía Martínez. Estos, que también eran naturales de Lerín, se habían casado en la iglesia de Santa María en el año 1738. El niño Matías habría recibido en la pila del bautismo el nombre de su abuelo paterno.

Según un estudio realizado por Eduardo Morales Solchaga, los Octavio de Toledo eran una familia de infanzones que en el año 1601 se habían instalado en Lerin procedentes de la ciudad aragonesa de Tarazona. Una tía paterna de Matías, llamada Joaquina, se casó con Manuel Bernardo de Larramendi, personaje relevante en el Lerín de la época y uno de los comerciantes más pujantes de la villa. La casa que Larramendi mandó construir está situada muy cerca de la iglesia, en la zona denominada El Pintao y más tarde llamada calle de Larramendi en recuerdo a este señor; esta es una casa palacio de cuya fachada penden los escudos de armas de los apellidos del matrimonio: los Larramendi y los Octavio de Toledo.

 
Escudo Octavio de Toledo


 
Escudo Larramendi

 

 Se deduce pues que Matías formaba parte de una familia acomodada. No se conocen datos de la infancia de este personaje pero, a tenor de lo que se verá después, tuvo que influir bastante el entorno rural en el  que se crió.  En el año 1760, cuando contaba diecisiete años de edad, deja Lerín y entra en religión en el convento de la orden calzada de San Agustín de Pamplona. Asegura la antropóloga Piedad Peñaherrera de Costales en su libro: Los Agustinos Pedagogos y Misioneros del Pueblo (1573-1869) que: los novicios o coristas eran jóvenes que se seleccionaba por sus talentos y cuna, lo que corrobora que Matías era de familia bien. Comienza pues su formación con las preceptivas clases de Gramática, Latinidad y Filosofía. Cuando había completado ya dos cursos se traslada al Real Colegio Seminario que en Valladolid tienen los Padres Agustinos. Este era un colegio pionero en España y se creó con objeto de formar religiosos para enviarlos a las misiones de Extremo Oriente. En Valladolid hace Matías un año de Artes y para primeros del año 1763, se une a una de las misiones que partieron rumbo a Filipinas.

foto: convento Agustinos Filipinos en Valladolid. Claustro. Foto Pablo Puchol.

Por su ubicación estratégica, las Islas Filipinas estaban especialmente expuestas a continuas zozobras. En el mes de octubre del año anterior (1762) los ingleses habían entrado en la isla de Luzón y habían tomado la ciudad de Manila además de otras poblaciones limítrofes saqueando a su paso conventos e iglesias;  en este estado de cosas llega Matías a las islas donde es admitido y prohijado en el transcurso del Consejo Provincial reunido el día 25 de julio en la población de Malolos (Luzón central). Profesa como Hermano Corista y sigue su formación religiosa hasta acabar la carrera eclesiástica y ser ordenado sacerdote. Y como buen agustino,  también Padre Predicador. Su primer destino se centró en el Vicariato de Santa Ana, una población situada en la región de la Pampanga dentro de la misma isla de Luzón. Desempeña aquí las funciones de Vicario Prior. Aprende perfectamente la lengua tagala, propia de la zona, y consigue involucrarse en la vida de los pobladores como un respetado cura de almas.

                                                

 
 (Mapa Filipinas año 1744 foto:BNE Tesoros al descubierto)

Además de las tensiones externas apuntadas, Filipinas, como ocurría también en el resto de provincias españolas, vivía períodos inestables y de intrigas de poder que a veces salpicaban también a los religiosos. Uno de estos episodios le tocó vivir al fraile lerinés en sus propias carnes. Al parecer el recién nombrado gobernador de Filipinas, el alavés Simón de Anda y Salazar había sido antes magistrado en las propias islas, y se la tenía guardada a los religiosos por cierto asunto en el que estos no se habían mostrado de acuerdo con él; de modo que en cuanto tuvo ocasión trató de vengarse y lo hizo aprovechando que el obispo Basilio Sancho de Santa Justa y Rufina, que había sido nombrado expresamente por Carlos III para llevar a cabo ciertos y profundos cambios regalistas (hacer el rey suyas potestades y prerrogativas del clero), hizo presión para conseguir la sumisión de los frailes. El obispo quería hacer una Visita Pastoral para clausurar ciertas parroquias ya que quería  fundar un seminario diocesano y traspasarlo después a un posible clero secular nativo. Los frailes, “que con enorme esfuerzo se había mantenido hasta ese momento”, como ellos mismo aseguraban, se resistieron, ya que entendían que esto suponía una injusta injerencia en asuntos monásticos.

 Según se puede ver en los documentos, un grupo de agustinos mantuvo reuniones y conciliábulos para ver el modo de contrarrestar lo que consideraban un abuso de poder; este desafío no iba a quedar sin consecuencias y provocó que diecinueve de estos frailes, todos establecidos en la región de la Pampanga, fueran  destituidos y expulsados de sus parroquias; entre ellos se encontraba fray Matías Octavio.

Lámina de ilustración filipina. 1859. Foto: reinamares.hypotheses.org

Cuando ya habían tenido lugar los hechos y relegados ya en el convento de San Pablo de Manila, los frailes hicieron una declaración jurada (in verbo sacerdotis) relatando el modo en que habían ocurrido los hechos. El P. Octavio hizo su declaración el día 11 de diciembre del año 1771 y en ella decía que el día 6 del mes anterior se presentaron en la Vicaría de su parroquia de Santa Ana, el Alcalde Mayor de la Provincia, el Sargento Mayor de la plaza de Manila y el Provisor interino del Obispado, acompañados por varios granaderos, asegurando que a todos ellos “recibió con toda urbanidad y política convidándoles a tomar algún sustento”. El alcalde le leyó sendos decretos que traía de parte del gobernador y del propio arzobispo. Este último directamente le destituía y nombraba como sustituto a un sacerdote que allí se presentó llamado Diego Gutierres.

El P. Octavio, que por lo que él mismo aseguraba no había opuesto ningún tipo de resistencia, los pasó seguidamente a la sacristía donde les hizo entrega de los libros parroquiales y todo lo perteneciente a la iglesia. A continuación lo llevaron a su habitación y le instaron a recoger únicamente su ropa personal ya que el resto debía ser inventariado: libros, enseres de cocina y despensa, así como el caballo aparejado con su silla y brida, junto con el dinero perteneciente a la iglesia y a la cofradía de la Consolación. Tras llevar a cabo estas diligencias, las autoridades abandonaron el lugar y el P. Octavio quedó retenido en Santa Ana todavía tres días más, tiempo durante el cual pudo comprobar que el sacerdote sustituto ni siquiera hablaba el idioma pampango y, según su apreciación era “corto en la obligación perteneciente a un Párroco y Cura de Almas”.

Iglesia de San Guillermo. Bacolor. Foto: Tripadvisor

Pasados esos tres días los soldados lo condujeron al pueblo cercano de Bacolor; allí supo que el párroco del lugar, el también agustino P. Manuel Villalba, se encontraba muy enfermo. Quiso visitarlo para administrarle los últimos sacramentos pero los soldados no se lo permitieron, a pesar de que el Padre Villalba no estaba entre el grupo de insumisos al obispo. Permaneció fray Matías retenido de nuevo en Bacolor junto al grupo de frailes rebeldes que también habían sido llevados allá hasta el día 3 de diciembre, día en que regresó de nuevo el alcalde para ejecutar la expulsión definitiva. Y así, junto a sus seis compañeros frailes, a media noche y custodiados por cuatro granaderos abandonaron el lugar. El alcalde los hizo poner en un bote “enviándolos por la mar expuestos al peligro de Moros” rumbo a Manila. Relata fray Matías que arribaron a las tres y media de la tarde a la capital, y el oficial de mayor rango fue inmediatamente a Palacio a dar parte al gobernador de su llegada y recibir nuevas órdenes.  El gobernador las demoró y los retuvo en la embarcación sin dejarles tomar tierra ni permitirles entrar en la ciudad hasta bien pasadas dos horas. Una vez transcurridas, dio orden de que ya se podían ir al convento: “habiéndoseles embargado todo “y tal qual muda de ropa que tenían, dexándoles sin breviarios y sin otra cosa que lo que a cuestas traían”, concluye el fraile.

Según la Real Cédula del año 1773, los regulares (frailes) se tuvieron que someter pues a la visita diocesana que iba a llevar a cabo el obispo y a las leyes del Real Patronato. De modo que tuvieron que claudicar ante el poder superior. Pero a pesar de todo este deshonroso episodio que supuso para los agustinos, la peor parte se la llevaron sin embargo los frailes jesuitas, que no solo fueron expulsados en su totalidad de las islas, sino también de todos los dominios españoles. 

Tras aquellos deshonrosos hechos, las aguas se fueron calmando y hacia el año 1774, fray Matías Octavio fue destinado como párroco doctrinero a la población de Tambobong, en la misma isla de Luzón. El gobernador Anda y Salazar falleció en el año 1776 y en su lugar se nombró a José de Basco y Vargas.

Con la llegada de este nuevo gobernador, fray Matías pudo mostrar mejor su valía y poner en práctica sus conocimientos. El P. Octavio fue considerado en Filipinas como un fraile ilustrado que dominaba las lenguas nativas y que no se limitó solo a la actividad misionera propiamente dicha, sino que para su labor evangelizadora se valió también de la ciencia, las artes y la educación, siendo un reconocido y experimentado naturalista que compartía sus labores parroquiales en Tambóbong con el estudio entusiasta de las plantas. Había una en concreto que crecía abundante y de modo silvestre; era la planta llamada añil o índigo. El fraile observó que debajo de las hojas de este arbusto se encontraba contenida una bolsa o película con un líquido azulado. A base de no pocos ensayos logró  convertir ese jugo en el preciado tinte, al igual que ya estaban haciendo en Guatemala.

 
Foto planta añil. Revista Credencial  

El P. Octavio comenzó los experimentos a finales del año 1770 y contó con el beneplácito del nuevo gobernador, a quien desde el principio agradó el proyecto pues vio en él la posibilidad de que se convirtiera en un producto susceptible de explotación en la zona, como así fue.

Tras muchos estudios, trabajos y orientaciones, fray Matías Octavio consiguió su objetivo y enseñó a los nativos el modo de obrar para su aprovechamiento, empezando por la plantación, y acabando en la elaboración del tinte en forma de pasta. Para llevar a cabo esta empresa también contó con la ayuda de un comerciante de Manila llamado Diego García Herreros y para el año 1784 consiguieron enviar la primera remesa de añil a España a bordo de la fragata real La Asunción. Los indígenas enseguida entendieron que aquello iba a ser un revulsivo para la economía de las islas y lo acogieron entusiasmados. El añil se comercializó durante un tiempo con notable éxito.

 
Portada de revista de la época. Foto: DocPlayer

Pero el proyecto contó sin embargo con las zancadillas y los envites de la competencia. Un comerciante llamado Francisco Javier Salgado protestaba y se lamentaba ante el Rey alegando que era suyo, y solo suyo, el monopolio del negocio del añil, y que ahora, para su desgracia, “Basco y Vargas (el gobernador), desde el año 1779, no solo permitió que trabajaran tinta seca de los pueblos de Tambobon bajo la dirección del Padre Fray Mathias Octavio, sino que auxilió y fomentó la extensión de dicha fábrica en tal conformidad que al presente ya la trabajaban en las cinco provincias inmediatas”. Salgado no consiguió no obstante que aquellos pueblos dejaran de explotar y producir el añil para beneficio también de los propios nativos, tampoco perdió su fábrica, pero sí perdió el monopolio sobre el producto. Según asegura el agustino P. Eladio Zamora, autor del libro “Las corporaciones religiosas en Filipinas” (1901), que el negocio funcionó perfectamente “hasta que la avidez, avaricia y mala fe de los Chinos, que negociaban con el tinte, lo adulteraron haciéndolo desmerecer en los mercados extranjeros” Pag. 284. Aunque para entonces el P. Octavio ya no se encontraba en las islas.

 

Plantación y procesado del añil. Foto Gabriel Bernat.es

 

Cuando entendió fray Matías que había concluido su labor en Filipinas pidió y obtuvo licencia para regresar a la Península y reincorporarse a su antigua Provincia; esto ocurría en el año 1787. Se embarcó pues rumbo a su tierra para llegar a Cádiz el día 31 de octubre del año siguiente. Entre sus cosas se trajo consigo varias botellas de miel y un fardo de café, según consta en los archivos de los registros de embarque (Estante 145, cajón 7, legajo 23). Ya en España, fray Matías fue acogido en el convento madrileño de San Felipe el Real. Este era un convento agustino ubicado en el comienzo de la calle Mayor, muy cerca de lo que hoy es la Puerta del Sol; su construcción databa del siglo XVI. Al encontrarse  en pleno centro de la capital era un lugar muy frecuentado, sobre todo en sus alrededores, donde se encontraban las llamadas “Gradas de San Felipe el Real”, vulgarmente conocidas también como “El Mentidero”, ya que por allí pasaban todos los chismes, intrigas, cuentos y comadreos de la Villa y Corte. Este edificio conventual, que fue desmantelado durante la Guerra de la Independencia, sufrió también años después la fiebre destructora de la Desamortización de Mendizabal del año 1838 por lo que al final acabó demolido, a pesar de las protestas que se suscitaron por parte de los defensores del arte y el patrimonio. 

 

                                         Gradas de San Felipe el Real. Foto: edicioneslibreria.es

 

A la llegada del fraile, la orden de San Agustín premió los méritos de Octavio nombrándole Prior Vocal y, el rey, en premio a sus merecimientos y aportaciones a la Corona le concedió una pensión vitalicia.

En ese año de su llegada (1788) el fraile lerinés presentó al Rey un memorando escrito de su puño y letra. Se trata de un interesante y moralizador texto sobre las Islas Filipinas en el que se aborda la historia, industria, población, tributos y estancos de las islas, y en el que hace fuerza para tratar de impedir que se impugnen estos últimos, contrarrestando las razones que presentaba el actual gobernador de Filipinas que pretendía la extinción de los estancos de productos tales como el vino de ñipa, el tabaco y el bonga. Dicho memorando ocupa una extensión de 104 páginas y personalmente lo considero un documento muy valioso ya que permite conocer cómo era la vida en las Islas Filipinas en esa época, según la visión del erudito fraile lerinés, y detalla además la situación económica de las islas, a la vez que relata la historia general desde la llegada de los españoles hasta ese momento concreto, además de apuntar los motivos por los que entendía que éstas no alcanzaban mayor prosperidad. Incluso se atreve a proponer al Rey nuevos y más económicos sistemas de administración.

 
Una de las páginas del memorando que fray Matías dirigió al rey de España escrita por él mismo. Foto Biblioteca Virtual de Defensa

En las páginas números dieciocho y diecinueve de dicho texto, -que a día de hoy se puede leer en la Biblioteca Virtual de Defensa-, fray Matías Octavio hace un pequeño resumen de cuales habían sido sus afanes, algunos de los cuales ya se han apuntado aquí: “antes de que se fundasen las sociedades, quería yo destituirme a Europa; pero el Gobernador me dijo que detuviese el viaje y dedicase a beneficiar el añil al uso de Guatemala. En efecto, suspendí el viaje y tomé con empeño el beneficio de este Ramo. Llamé a varios feligreses míos; les enseñé muestras del Añil de Guatemala; les propuse que todos ellos hiciesen ensayos y viesen si lo podían hacer como lo que les mostré. Yo tomé la empresa con empeño. Busqué libros que tratasen del beneficio. Hice infinitos ensayos y después de muchos meses de gastos y trabajos tuve la satisfacción de hacer un buen añil. Expliqué a los Indios el mismo tesoro que tenían las Islas con este ramo pues es patente que todas las Provincias y Pueblos tiene y trabajan esta planta. Luego que tuve una porción de Añil, entregué dos cajoncitos al Gobernador quien los mandó al Ministerio y lo mismo fue haciendo con los que sucesivamente le entregué. El Gobernador tuvo particular complacencia de ver que en las Islas había un ramo capaz de enriquecerlas”.

Se entiende que en España se interesaron por el tema: “Verdaderamente esta noticia me ha sido de mucha complacencia, pues veo que de mis gastos y trabajos puede resultar particular ventaja al estado y espero que aquellos dominios mudaran de aspecto y serán útiles a la corona”.

Entre las recomendaciones que aporta, añade: “me parece que hay otro camino mejor para que en adelante no hagan tanto Comercio y éste recaiga en los españoles y de esta suerte podrán emplearse muchos, tanto para el vecindario de Manila como para la Compañía y podrán mantenerse muchos españoles y los vecinos de Manila podrán dar honesta ocupación a sus hijos, criándolos mejor que lo han hecho hasta el día presente”. Parece ser que todo lo expuesto agradó al Rey que, como he dicho, otorgó en premio a fray Matías una pensión vitalicia.

En la página 334 del tomo quinto de la “Historia Política de los Establecimientos Ultramarinos”, escrito por Eduardo Malo de Luque en el año 1790, ya se hace eco de la vida y obra de fray Matías, resumida de este modo: “el P. Fray Matias Octavio, natural de Lerín, ha residido en Filipinas desde el año 1762 hasta el de 1787; ha sido uno de los más celosos operativos que han gozado las Islas. Instruido en sus lenguas y sumamente apticado y activo, ha procurado el bien espiritual y temporal de aquellos naturales. Restituido a España ha obtenido una pensión del Rey y prosigue trabajando útilmente en su convento de San Felipe el Real de esta Corte”.

Con posterioridad a todo lo expuesto, Matías Octavio desempeñó otros cargos en la orden agustina, siendo nombrado apoderado de las Provincias de Santiago de Chile y de Mechoacán (Méjico). Su firma se ve por última vez al pie de una consulta hecha en el convento de El Salvador en el año 1809. Aquí fueron trasladados los frailes cuando a consecuencia de la entrada de los franceses en Madrid tuvieron que salir de San Felipe el Real. Fray Matías Octavio, muere en Madrid en una fecha no consignada pero siempre posterior a ese año de 1809.

Una vida apasionante y digna de conocer y difundir. Transcurridos doscientos setenta y siete años desde su nacimiento,  sirva este trabajo para sacarlo del anonimato en el que ha estado por casi tres siglos y favorecer que pueda conocerse y reconocerse su labor. Este es pues mi pequeño homenaje a fray Matías Octavio, un lerinés que se marchó a las antípodas y trabajó incansablemente luchando para la promoción y bienestar espiritual y social de sus semejantes.

 

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Artículo: María Rosario López Oscoz

 

Bibliografía:

-MALO de LUQUE, Eduardo. “Bibliografía: Historia Política de los Establecimientos de las Naciones Europeas”. Tomo V. Madrid. Año 1784.

-«Memorando del P. Matías Octavio al Rey de España» [Madrid, 1788], en APSR, Historia civil de Filipinas, tomo 4, doc. 7, folio 421v-422v

-PEÑAHERRERA de COSTALES, Piedad. “Los Agustinos Pedagogos y Misioneros del Pueblo (1573-1869”). Ed. Abya Yala. 2003.

-PÉREZ ELVIRO, j. (OSA) “Catalogo Bio-bibliografico de los Religiosos Agustinos de la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de las islas Filipinas desde su Fundación hasta nuestros días”. Manila. Editorial Colegio de Santo Tomás. Año 1901.

-RODRIGUEZ RODRIGUEZ, Isacio. “Expulsión de los agustinos de la provincia de la Pampanga (1771)”. Archivo Agustiniano. Nº 70. 1987.

-ZAMORA, fray Eladio (OSA). “Las Corporaciones Religiosas en Filipinas”. Imprenta y Librería Religiosa Andrés Martín. Año 1901. Pag. 284

-http://www.xeniaeditrice.it/zu%C3%B1igaIocrpdf.pdf

http://agustinosvalladolid.org/estudio/investigacion/archivoagustiniano/archivofondos/archivo1989/archivo_1989_11.pdf

-familysearch.org

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