martes, 31 de marzo de 2020

JUAN ÁBREGO DEL RÍO, curandero y mesonero en Lerín


Hoy, en LERÍN ES CAPITAL, en la sección "PERSONAJES LERINESES" y de la mano de Charo López Oscoz, recuperamos del olvido a un personaje sin duda un tanto peculiar y que seguro que en su día dio bastante que hablar. Hoy vamos a saber de...


JUAN ÁBREGO DEL RIO

Juan nació en Miranda de Arga el día 7 de diciembre del año 1793. Hijo de Manuel y Tomasa entró al servicio de un señor de Lodosa y allí tomó contacto con un curandero que le enseñó el oficio y la “gracia” de curar. En sus viajes por la zona conoció a Antonia Martínez Tabar, una joven lerinesa con la que se casó en su iglesia de Santa María, el primero de enero del año 1818 y en Lerín fijó su residencia. El matrimonio tuvo al menos seis hijos, todos ellos nacidos y bautizados en Lerín: Francisco Marcos (7-10-1818), María Concepción (1821), Claudio Martín (1824), Margarita (1827), Miguel Segundo (1829) y María Josefa (1832). La pareja regentó uno de los mesones del pueblo y esto ayudó a Juan a tomar contacto con los clientes, y poner en práctica sus conocimientos a pesar de constituir el oficio de curandero un ejercicio ilegal de la medicina.


Administraba este buen señor pócimas y preparados de todo tipo para intentar atajar los distintos males que aquejaban a quienes se ponía en sus manos y, aunque los fallos se verán que fueron muchos, también debió de tener aciertos ya que fue bastante y variada su clientela. Asegura Florencio Idoate en el tomo primero de su canónica obra “Rincones de la Historia de Navarra” (págs. 92 y 93), que Ábrego tenía predilección por los preparados de sustancias animales, especialmente de zorro y la grasa de gato o carnero”. Gracias a lo que relata el archivero y escritor navarro, (extraído de uno de los procesos), sabemos que este curandero usaba emplastos y brebajes a base de salvado, vinagre, ajos, aguardiente, ortigas y otras variadas sustancias con las que enfrentaba a las muy distintas dolencias. Su especialidad eran los tumores, úlceras, inflamaciones, calenturas y afecciones de pecho.

Idoate enumera algunos de los casos fallidos en los que este sanador intervino, y hasta da incluso nombres de los pacientes; asegura que a Baldomero Moreno, que tenía una úlcera en el pie, le mandó que matase un gato, y tomando luego el curandero la grasa del interior del animal la derritió en una sartén para aplicársela a Baldomero en la zona afectada, a la vez que colocaba la pelleta del propio gato sobre la herida. Al ver que no mejoraba repitió la operación aplicando un nuevo emplasto, esta vez a base de huevos batidos, obteniendo el mismo resultado.

A un paciente que sufría de inflamación de pies le restregó con aguardiente sobre la zona afectada. Como tampoco mejoraba le sometió a otro peculiar remedio; tomó un cántaro de agua hirviendo donde le quiso meter los pies. El enfermo -imaginamos que con reticencias- accedió a meter, pero solamente uno de ellos, hasta ver el resultado (mucha confianza debían tener los pacientes en Ábrego); este fue tan doloroso que desistió de meter el otro, ya que el miembro escaldado se le llenó de ampollas sin conseguir que remitiera la inflamación, sino que más bien el remedio agravó el mal.

Una mujer se le presentó para que le curara una calentura. A esta le aplicó una cataplasma en el vientre a base de salvado, vinagre y manteca, y otra distinta en los pies conteniendo ajos, ortigas y otros variados elementos. Como la señora no mejoraba de las calenturas le tuvo que hacer la socorrida sangría.



Refiere también Idoate, que a un tal Valdivieso (había unos cuantos en Lerín en aquella época con ese apellido), pasando por el bosque de Baigorri se encontró con el cadáver de una mujer, y del susto que se llevó, andaba el hombre indispuesto. Acudió a Ábrego y este le prescribió que sangrase a un zorro y se bebiese la mitad de su sangre, y que la otra mitad se la aplicara en la boca del estómago. Tampoco sabemos si Valdivieso se repuso del susto bebiendo el flujo del zorro o le provocó quizá todavía un susto mayor el remedio.

Es de pensar que Ábrego tuvo también aciertos, ya que por lo que se ve, a su consulta acudía gente muy diversa; hasta el  mismo boticario del pueblo se le presentó en una ocasión y se debió de quedar pasmado al conocer el remedio que este le prescribía. El dicho boticario se hallaba aquejado de una enfermedad venérea y quizá por no exponer su caso al médico local acudió en privado a la consulta del curandero. Ábrego le aseguró que para atajar este mal se debía restregar sus partes nobles con ortigas. Nada se dice de si el boticario aplicó la medicina en tan delicado lugar, aunque lo más probable es que se quedara con los picores iniciales, que seguramente serían menos que el remedio, y se pondría enseguida en manos del médico.




Deja entrever Idoate, y es de suponer que así fuera, que Ábrego fue hostigado por las autoridades por ejercer ilegalmente y sin título ni estudios la medicina. Lo cierto es que esta práctica de sanación no solo prosperó en el siglo XIX, sino que ha existido con mayor o menor suerte en todo tiempo y lugar; y lo más probable es que Ábrego dejara de ejercer cediendo a la presión de la autoridad, -al menos a la vista-, y se centrara más en su otro oficio de mesonero, que bien lo iba a agradecer Antonia, su mujer, que ya bastante tenía con atender a sus hijos y al negocio familiar mientras su marido ocupaba el tiempo en esos otros menesteres. No sabemos si Juan traspasó sus conocimientos a sus descendientes, pero es de pensar que supieron de remedios caseros más que el resto de vecinos.


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Texto: María Rosario López Oscoz

Fuentes: familysearch.org
IDOATE IRAGUI, Florencio. Rincones de la Historia de Navarra. Tomo I. Gobierno de Navarra, Departamento de Educación y Cultura. 3ª ed.1997.

Imágenes:
Foto1 culturacolectiva.com
Foto2 blood-letting
Foto3 Foto ipre.at

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8 comentarios:

  1. Jeje, no se cuales serían sus aciertos, pero vaya remedios....
    Curioso personaje y, como siempre, bien contado y con detalles.

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    1. Gracias Pedro, me alegro si te ha gustado. Seguro que fue muy popular el señor Juan :-)

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  2. Está bien que se cuenten los aciertos y los fallos de la medicina alternativa.
    Enhorabuena como siempre.

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    1. Gracias Miguel Javier. Esos remedios ancestrales que siempre han existido, que a veces daban resultado, pero, en la mayoría de los casos no eran tan eficaces como se esperaba...

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  3. Juan Abrego y Antonia Martinez son mis tatatarabuelo, jajaja. Ahora se de donde me viene la aficion a hacer pomadas y cremas, incluso alguna cataplasma he hecho.
    Me gusta la historia y como dice Pedro, muy bien contada.
    Gracias Charo

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    1. Pili, pues es una suerte saber algo de los antepasados ya que la mayoría han pasado a la historia en el completo anonimato.

      Mi abuela también era muy de remedios caseros, y de "pegaos" y cataplasmas. En los pueblos funcionaba mucho eso. Ir al médico por cosas serias a veces suponía tener que vender una finca para pagarle, y eso solía ser una tragedia unida a lo que ya en sí suponía la enfermedad.
      Me alegro mucho si os ha agradado a la familia. A mi me pareció un personaje muy entrañable...

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  4. No se si yo hubiera ido a si consulta!! Mejor a la taberna!
    Bonito y curioso reportaje.

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