martes, 9 de septiembre de 2025

NARCISA PASCUAL

 

Hoy traemos al blog de Lerín es Capital un episodio ocurrido en Lerín hace ya unos... 260 años, que resulta interesante por varios motivos. 

Por un lado, y teniendo en cuenta la trama de los sucesos, se podría calificar como un drama sentimental muy apropiado para guion de una película, una novela, una obra de teatro, o una serie televisiva. Por otro lado, es importante también porque, gracias al trabajo de investigación de Charo López, rescatamos del olvido a un nuevo personaje lerinés, Narcisa Pascual

Además de esto, tanto el relato como las cartas que se transcriben proporcionan una información valiosa sobre la importancia que podían llegar a tener, en esos tiempos, los compromisos sentimentales adquiridos. También resulta sorprendente la determinación de esta mujer, teniendo en cuenta la época en la que sucedió el episodio que se relata.

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EL ORGULLO HERIDO DE NARCISA   

(Charo López Oscoz) 


 

Narcisa era una chica de Lerín nacida en el año 1740. Su padre, lerinés, se llamaba Joseph Pascual y Palacios, y su madre, Gregoria García Falces, esta natural de Oteiza de la Solana. La chica era buen partido pues su padre poseía el mayorazgo que había fundado allá por el siglo XVI el capitán Bernardo Lainez, pero la joven, a punto de cumplir los veinticuatro años, estaba todavía soltera, por lo que urgía casarla. Hacía poco que había llegado a vivir a Lerín un abogado pamplonés llamado Antonio Cuadrado, que hacía ya unos años había quedado viudo de una tal Ana María Muniain y de Azcárate (hija del secretario del Consejo Real), con la que había tenido una hija llamada también Ana María, pero que había fallecido igualmente.

 

Un día del mes de agosto del año 1764, el padre y los tíos de Narcisa fueron en visita de cortesía a ver al abogado. con objeto de tantear si podría ser buen partido para casar a Narcisa, como así lo consideraron; aspecto que también gustó al abogado. En reiteradas ocasiones manifestó, con el paso de los días, que también a él le interesaba casarse con Narcisa. Al principio ella se mantuvo un poco remisa, pero acabó rindiendo su voluntad por lo que se prometieron en matrimonio, iniciando una relación propia de una recatada pareja de novios de la época.

 

Pero ocurrió que el señor Cuadrado se tuvo que marchar de nuevo a Pamplona, prometiendo no obstante su firme intención de que nada ni nadie le impediría casarse con la joven lerinesa. Mientras su ausencia, ambos dos se intercambiaron frecuentes cartas de amor en las que hacían proyectos a futuro, y, sobre todo, para el día en que se habría de celebrar la boda.

 

Como la fecha del enlace tardaba en concretarse y el señor Cuadrado tampoco se presentaba por Lerín, Narcisa empezó a recibir presiones de la familia, que, impaciente, quería casarla del modo que fuera. Tanto es así que le presentaron un nuevo candidato. Ella, preocupada, le escribió rápidamente a su prometido poniéndolo en antecedentes. La carta decía lo siguiente:

«Querido Antonio:

Recibo la tuya con el gusto que puedes discurrir después de tanto tiempo, y celebro te mantengas con salud, pues en esta tuya no hay novedad, a Dios gracias.

No puedo menos de participarte la novedad que hay sobre mis acomodos, pues ayer martes me llamó mi aya, la monja, diciéndome le había dicho mi señor tío me llamase y me enseñase dos cartas que había tenido. La una de Don Vicente Lucin y otra de Don Francisco Martínez, diciéndole que resolviese el casarme con el sujeto que antes te dije. Y se han empeñado de tal modo estos dos que precisan a mi tío responda luego. Y porque yo me explique con más satisfación le han dado las cartas a la monja. Y la resolución de mi tío es el hacerlo al istante como yo responda, con que yo me he visto entre la espada y la pared y le he respondido que las cosas que se han de hacer para siempre que es menester mirarlas bien, y que dentro de ocho días les daré la respuesta.

Con que me ha parecido hacerte propio para que tú veas lo mejor, pues yo no sé qué hacerme, pues no me he atrevido a decirlo a nadie, porque no tenía tu licencia, pues don Gaspar es el primero que me dice que no me detenga, que no puede ser mejor convenencia. Pero nada le digo hasta ver tu resulución, pues agora estás a tiempo de dar a entender lo mucho que dices que mestimas. Pues, aunque no se puedan componer las cosas a el presente, puedes hablarle en confianza a mi tío o a quien te parezca mejor, pues yo no haré nada hasta ver lo que tú resuelves, pues estoy, como puedes considerar, sin saber qué hacerme ni poderme excusar de responder a lo que se me pregunta. Pero fío en ti que lo compondrás todo, aunque ya había hecho el ánimo a responderles que no me parecía bien el sujeto, pues otra cosa no podía alegar, porque por todos los lados es buena la conveniencia; pero ni aun esto me ha parecido acertado, pues mañana me pondrán en paraje de otra que sea pior y no podré replicarles.

En este supuesto espero haya determinación pues yo me hallo […]indecisa. En el ínteren ruego a el Señor te me guarde los años que he menester.

Tuya de corazón,

Narcisa».

 

Al señor Cuadrado entonces se le abrió el cielo, pues olvidando la palabra dada a Narcisa había encontrado mejor partido en Pamplona en una tal Francisca Navarro y Azcona, descendiente al parecer de la hidalga casa Navarro de Fustiñana, y pretendía casarse con ella dejando a Narcisa como suele decirse, compuesta y sin novio.

 

Así que, ni corto ni perezoso envió al padre de Narcisa una carta comunicándole que ya no se pensaba casar con ella. El padre entonces, acusando el agravio, le puso pleito ante los tribunales eclesiásticos por incumplimiento de promesa matrimonial. Como Cuadrado estaba acostumbrado a andar entre litigios disponía de muchos recursos y argucias, y alegó que las palabras que había dirigido a Narcisa fueron de regular cortejo, que la tenía afecto, pero que en ningún caso pretendía contraer matrimonio con ella. Todo quedaba pues en manos del tribunal. Pero con lo que no contaba Cuadrado era con que los tribunales eclesiásticos de la época acostumbraban a ser muy garantistas con las mujeres, y aunque no dictó sentencia hasta año y medio después (16 de enero de 1766), condenó a Cuadrado a cumplir la promesa de matrimonio dada a Narcisa.

 

Pero Narcisa entonces, en un alarde de dignidad, rechazó de plano casarse con aquel indecente novio que se había echado, manifestando: que su única intención llevándolo a juicio había sido «el hacer patente y dar a conocer la ninguna razón que ha tenido dicho Cuadrado en resistirse a cumplir la palabra que le tenía dada y la justicia que asistía a la otorgante para obligarle a su cumplimiento».

 

A Cuadrado la sentencia no le debió gustar, ya que le obligaba a pagar las costas, pero fue la decisión de Narcisa quien lo dejaba en evidencia. Pero parece que tampoco le debió de doler mucho al abogado, ya que, libre del compromiso con esta, dos meses más tarde se casaba con la tal Francisca Navarro.

 

Narcisa, por su parte, no tardó tampoco en “tomar estado”. Para el día de San Fermín de ese mismo año ya había contraído matrimonio en Lerín con el novio que sus “celestinos” le habían buscado, un tal Pedro Ramón de Vergara, natural de Cirauqui. Y con él se fue a vivir a Cirauqui. Para el año siguiente ya habían tenido una hija a la que pusieron por nombre Ramona Antonia Hipólita. Debió de quedarle a Narcisa algún rastro de aprecio por aquel abogado pamplonés al incluir su nombre entre los de su hija. Puede que en más de una ocasión se arrepintiera de haberlo rechazado pero, afortunadamente, pudo más su orgullo.

 

No obstante, todos iban a quedar contentos: la familia consiguió casar a Narcisa, ésta salvaguardó su dignidad y se dio el gusto de rechazar a su prometido al saber que le había engañado con otra; y el prometido, que no supo mantener la palabra dada, se consiguió casar también con la nueva novia que se había encontrado en Pamplona. Así que, todos contentos. De si fueron felices y comieron perdices nada se sabe. Dados los tiempos, es probable que sí.

 

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Artículo: Charo López Oscoz

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Fuentes:

-Archivo Diocesano de Pamplona (c. 2024, núm. 4, fol. 325r-325v)

-Familysearch.org

-navarra archivos

USANARIZ Jesús. "Universos discursivos e identidad femenina. élites y cultura popular (1600-1850)” (HAR2017-84615-P) Inclinaciones que «nacían de firme y verdadera voluntad»: Narcisa y el viudo Antonio

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jueves, 3 de julio de 2025

ANTONIA SOLANO

 

"LA ANTONIA SOLANO DICEN QUE QUIERE METERSE MONJA" 

(Mª Rosario López Oscoz)

  

 

 Monja en oración pintada por Sorolla en 1883. Fundación Bancaja

 

Lerín se ha caracterizado por haber salido de su entorno un gran número de vocaciones religiosas. El propio Tomás Yerro venía a decir que Lerín era el pueblo de España con la renta per cápita más alta de sacerdotes, y campeona en el hit parade de frailes y monjas. Y es que numerosas hornadas de chicos y chicas salían cada año de entre sus habitantes para ingresar en conventos o seminarios. Hoy voy a tratar uno de estos casos. El discernimiento de la vocación y el proceso seguido hasta su culminación es algo que no suele trascender del entorno personal o familiar, por lo que contar con documentos epistolares que lo detallan es una rareza que nos va a ayudar a entenderlo.

 

Un ambiente cultural católico en el seno de las familias y en el propio pueblo ha sido determinante a la hora del florecimiento de vocaciones; hoy en día estos extremos son escasos pero, como digo, hubo un tiempo en que eran habituales y lejos de resultar traumático eran motivo de alegría del que todo el pueblo, de un modo u otro participaba. Tendemos a pensar que la vocación religiosa se presenta por medio de la seducción, la inducción, o incluso el contagio, pero esa primera pulsión o conciencia vocacional es algo muy íntimo, a pesar de que el entorno lo detecta. Por eso no era raro escuchar, incluso entre susurros, aquello de que, esta o aquella chica, dicen que quiere meterse monja, al más claro estilo de la canción La hija de don Juan Alba. 

 

Y esto es lo que le pasaba a Antonia; ella era una chica como tantas de Lerín. Vivía con sus padres y su hermano Romualdo en el número diez de la calle de la Marquesa, actual Ramón y Cajal, también llamada del Carbonero. Nos encontramos a finales del siglo XIX. El padre, Antonio Solano, era un labrador de clase media que tenía tierras propias y se defendía medianamente en cuanto a su economía. La madre, Salustiana Moreno, ocupada en las cosas de la casa, había dado a luz ocho hijos de los cuales solo habían sobrevivido dos, Romualdo y la propia Antonia. El resto habían muerto al nacer, o a los pocos meses del alumbramiento. Solo uno de ellos, Julio, llegó a cumplir los veinte meses de edad.

 

 Foto: calle del carbonero, antiguamente de La Marquesa

 

Y, Antonia, tenía vocación religiosa. Responder a esta vocación significaba dejar a la familia, su ambiente y amigos, su pueblo y su vida, pero se había decidido. No era fácil decírselo a sus padres, que probablemente contarían con ella para que les cuidara en la vejez, pero a ella siempre se le había notado ese deseo de ser monja y, en su casa, si no lo sabían, lo intuían.

 

Desde niña había sido muy aplicada y recibió una educación esmerada. Diligente en la escuela, había aprendido perfectamente la gramática y las cuentas, y sabía coser y bordar. Era hacendosa y se defendía muy bien con las cosas de la casa. Ahora, a punto de dar el paso, meditaba su futuro; el hecho de dejar a sus padres y hermano la desazonaba y la había demorando en la toma de decisión, pero ya había cumplido los veintitrés años y la cosa no se podía alargar más. Espiritualmente estaba dirigida por el propio párroco del pueblo, don Bartolomé Goñi Viguria, un sacerdote de origen alavés, que la escuchaba en confesión y le aconsejaba en su vocación.


 El Lerín de la época

 

Así que, después de mucha oración y madurez de conciencia, se había decidió a dar el paso. Ahora sólo le faltaba elegir un carisma concreto. Su inclinación era ser monja de clausura y en este punto la encaminó una tercera persona, un tal don Cesáreo, que le habló del convento de las Clarisas Capuchinas Descalzas en Gea de Albarracín, en la provincia de Teruel. De modo que Antonia pidió la dirección del convento y se dispuso a escribir a la superiora, Madre Clara Llauradó. Esto ocurría un 23 de enero del año 1898; ya habían pasado las navidades y Antonia pensó que era un buen momento para nacer también ella a la vida religiosa. Tras llevarlo una vez más a la oración, se sentó, cogió papel y lápiz y comenzó a escribir:

 

Lerín, enero y 23 de 1898

Reverenda Madre Superiora de las capuchinas de Gea

Muy Sra. mía y de mi mayor consideración: sintiéndome desde muy niña con ardientes deseos de abandonar el mundo para servir a N. S. con más perfección, y habiendo tenido noticias de ese convento por D. Cesáreo, me he fijado en él; y por lo tanto suplico a Ud. se digne admitirme por una de sus hijas.

Y si Ud. se digna aceptar mi pretensión, en contestación a ella deseo me mande la regla de vida para ver si me atrevo a seguirla y demás datos que se necesitan para realizar mis deseos.

Es favor que espera de la rectitud y bondad de usted y se lo agradecerá su affma. S.S.Q.B.S.M.

Antonia Solano

 Firma ológrafa de Antonia

 

Poco tardó la superiora del convento de Gea en dar contestación, aportando la información que Antonia solicitaba. Aquellos debieron ser unos días ilusionantes para ella y de gran inquietud emocional para toda la familia. Salustiana no se encontraba muy fuerte, los embarazos y la muerte de seis de sus hijos le habían hecho mella pero veía a su hija tan contenta que no se atrevía a objetar nada; la entristecía saber que  eso suponía no volverla a ver más, pero, por otro lado, también le hacía sentirse muy orgullosa de ella.

  

Antonia no paraba de dar vueltas al asunto y necesitaba sosiego para meditar el paso vital que se disponía a dar. La regla de las clarisas descalzas capuchinas era rígida y exigente:  clausura, pobreza, castidad y obediencia, austeridad total, vida en comunidad, silencio, oración y trabajar para su sustento. Todo su vida se resumiría en eso: oración, contemplación y servicio, lejos de los ojos del mundo.

 

Estos extremos le hacían dudar de sus fuerzas y lo rezaba continuamente: “¿será posible que mis débiles fuerzas sucumban bajo el peso de tan estrecha vida y tenga que, a pesar mio, volver al mundo? No lo permitáis Jesús mío, que en cuanto esté de mi parte, si Vos me ayudáis no volveré atrás, aunque me fuera necesario perder la vida y mil vidas si las tuviera”.  Y lo hacía en los pocos ratos de sosiego de los que disponía desde que recibió la carta de la superiora, porque se habían presentado unos parientes para que los viese el médico del pueblo y se habían instalado en su casa hasta ver la mejoría, lo que le daba a ella mucho trabajo y la tenían en un no parar: “es tanto el quiacer que me dan, que no puedo disponer ni de un cuarto de ora de tiempo”. Y por si eso fuera poco: “mi madre también está delicada”. 

 

Todo esto se lo va contando Antonia en una segunda carta a la superiora, y le reconoce que las condiciones para entrar en la clausura “han satisfecho altamente mis deseos”. No oculta ser consciente de la rigidez de la regla pero que lo espera superar “con la gracia de Dios”. En  este punto, sabiéndose indefensa, le hace un guiño a la Madre, “Además, espero hallaré en Uds. cariñosas madres y solícitas maestras que me enseñarán y corregirán mis defectos con cariño y amor”. A pesar de esto, aún comparte con ella una íntima inquietud: “¿Será posible que mis débiles fuerzas sucumban bajo el peso de tan estrecha vida y tenga que, a pesar mio volver al mundo? No lo permitáis Jesús mío, que en cuanto esté de mi parte, si Vos me ayudáis no volveré atrás, aunque me fuera necesario perder la vida y mil vidas si las tuviera”. Y es que, la sola idea de fracasar la mantenía preocupada: “la cruz más pesada que pueda enviarme el Señor sería la de entrar en un convento y no poder profesar”, por tal motivo pide oraciones a la comunidad.

 

Después de todas estas reflexiones, pasa Antonia a desarrollar cuestiones más materiales y humanas. La superiora le preguntaba si sabía de cuentas, labores, y si estaba acostumbrada a la lectura, y a todo ello contesta Antonia afirmativamente; también si sabía solfeo, pero solfeo no sabía; no obstante, apostilla con resolución: “lo aprenderé pronto, Dios mediante, porque tengo en casa quien me enseñe” (Lástima no saber quien de su casa le iba a enseñar solfeo).

 

Tras confesar que tiene veintidós años (en realidad hacía tres meses que había cumplido los veintitrés) se dispone a tocar el tema de la dote. Las postulantas a monjas  aportaban a su ingreso en el convento una cantidad de dinero llamada dote, que garantizaba su manutención diaria. Consistía en un dinero o conjunto de bienes que la familia aportaba para poder cubrir los gastos que generaría la profesa, tales como manutención, los hábitos, la propia ceremonia de admisión, gastos médicos y otros. Es decir, un dinero que estaba destinado a los gastos individuales de cada monja y que no lo podía tocar el resto de la comunidad.  Es probable que la Superiora no le dijera una cifra concreta, pero ella fue clara: “Respecto al dote también le digo que mis padres no pueden dar más que 4.000 reales, o sea, 200 duros, y en veces, o sea, a plazos, pues aparte de las cosechas tan fatales que tienen estos años, han redimido de las quintas este año a mi hermano, único consuelo que les queda si yo me voy ahí, pues que no somos más familia”. Ese dinero se entregaba al momento de tomar el hábito, y no extraña que diga de hacerlo a plazos, ya que mil pesetas a finales del siglo XIX suponía una fortuna, y la economía agrícola dependía, como ella bien dice, de como habían ido las cosechas, máxime cuando la familia había tenido que desembolsar recientemente una cantidad que doblaba a la suya (unos ocho mil reales), para librar de la mili a su hermano Romualdo. Así que el desembolso por los dos no fue nada despreciable.

 

La dote y la educación de la que partía Antonia era una garantía a la hora de conseguir superar las distintas etapas de formación: postulantado, noviciado, discernimiento, junionado y profesión de votos solemnes y perpetuos.  Si superaba todas ellas ya sería una monja clarisa capuchina de velo negro (el más alto grado dentro del convento), que no la eximía de seguir estudiando, en una formación personal y comunitaria, pero la asentaría en su carisma dentro del convento. De momento daba a la superiora garantías de que sus padres cumplirían con la aportación económica “En eso no tengan cuidado que ya los pagarán fielmente”. Solicitando que se le diga en otra carta la ropa que necesita, se despide formalmente.

 

Conocido finalmente todos lo necesario, envió finalmente Antonia toda la documentación. Esta correspondencia la guardó la superiora, y el día 14 de marzo de ese mismo año se la envió al obispo de la diócesis para que la revisara y diera en su caso licencia de aprobación para así poder votarlo también la comunidad: “Le remito a V.E.I. (vuestra excelencia ilustrísima) esas cartas de las aspirantes que le dije en mi última. Envío el oficio para que si a V.E.I. le parce dar la licencia para votarlas el día de S. José; especialmente la de Lerín, deseamos. Y la de Teruel esperamos a ver su Sra. Madre si se aviene darle su consentimiento”.

Se advierte pues que no siempre las familias daban su conformidad a la primera.

 

Todas estas cartas se encuentran custodiadas en el archivo diocesano de Teruel, y nada más sabríamos de si aprobó o no el obispo el ingreso de Antonia, o si lo votó la comunidad y finalmente ingresó en el convento, pero será el número 23 del Boletín Oficial del Estado quien lo aclare. En su página 1456 y con fecha 23 de enero del año  1962 aparece su nombre junto con el de otras dos monjas clarisas del mismo convento de Gea de Albarracín (Rosa Elizalde Landa y Micaela Ferrer Lorent), donde se les aprobaba una solicitud de pensión de beneficencia o auxilio; a ellas y a un grupo más de personas de toda España. En ese momento Antonia era ya muy anciana, tenía ochenta y ocho años.

  

De aquella dote que aportaron los padres en su momento ya no quedaría nada, ni ella estaba ya en condiciones de generar recursos haciendo pastas u otros menesteres, por lo que se encontraría viviendo seguramente a expensas de la comunidad, así que la pequeña pensión que ahora le asignaba el Estado vendría a aliviar de algún modo su circunstancia. Las otras dos monjas se encontrarían en parecida situación.

 

 Monjas clarisas en el obrador de pastas y dulces. Foto: El Heraldo de Aragón

 

¿Y qué pasó con la familia de Antonia? Pues su hermano Romualdo se casó cuatro años después de ingresar ella en el convento con una tal Emilia Prada. Este matrimonio, que tuvo cuatro hijos, se instaló un poco más abajo de la casa materna, en el número 18 de la misma calle de la Marquesa. Romualdo trabajó de alpargatero. Sorprende que no siguiera con las tierras de su padre ¿Quiere esto decir que su redención de quintas y la dote de Antonia supuso para los progenitores un desembolso inasumible? Probablemente si. Salustiana murió doce años después del ingreso de su hija en el convento, en el año 1909, a la edad de sesenta y tres años. Antonio, el padre, murió en 1920 con setenta y tres. Y también Romualdo murió antes que Antonia; falleció en 1942 a los sesenta y seis años. De todos estos acontecimientos tendría ella conocimiento a través de cartas o telegramas, que recibiría con dolor y resignación cristiana al no poder estar presente, pero su destino estaba ligado a los muros de aquel convento y su misión era rezar por todos ellos y por el mundo entero.  

 

 

Monasterio de monjas reconvertido en hotel. Puerto de Santa María. Cádiz



Como nota final apuntar que después de doscientos cincuenta años de permanencia de las clarisas capuchinas descalzas en Gea de Albarracín, las últimas cinco monjas abandonaron el monasterio en abril del año 2006 para ser acogidas en otros conventos de su orden. Allí, en esas estancias, entre claustro, pasillos, salas comunes y su celda, había transcurrido la vida entera de la monja lerinesa; allí se gastó y desgastó hasta su muerte junto a las otras monjas de la comunidad a ritmo de oración, plegarias, cantos, el obrador de pastas, limpieza del convento y la huerta. Y allí descansan también sus restos dando fe de su paso por la vida.

 

María Rosario López Oscoz

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Fuentes:

-Archivo diocesano de Teruel

-Archivo municipal de Lerín

-Boletín Eclesiástico del Obispado de Vitoria número 17. 20, junio, 1884. pag. 435

-censos de Lerín de los años 1895 y 1911

-familysearch.org

-https://infonortedigital.com/archive/143457/dotes-y-velos-el-obispo-juan-bautista-cervera-y-la-monja-clara-de-san-jose-rojo

- https://www.boe.es/boe/dias/1963/01/26/pdfs/A01454-01462.pdf

 

Mi agradecimiento a Carlos Navarro Castelló, que localizó las cartas en el archivo diocesano de Teruel, y a José Luis Ona González por hacérmelas llegar.

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miércoles, 28 de mayo de 2025

VI CENTENARIO DE LA FUNDACIÓN DEL CONDADO DE LERÍN

(José York) 


El fin de semana del 17 y 18 de mayo de 2025, se celebró en Lerín el VI CENTENARIO DE LA FUNDACIÓN DEL CONDADO DE LERÍN.

Unos días repletos de actos festivos que, en su mayoría, estuvieron ambientados con decoraciones y vestuarios medievales que hacían referencia a la época en la que tuvo lugar este acontecimiento tan importante para la historia de Lerín.

A estas alturas muchos ya habréis visto decenas, si no cientos, de fotos y vídeos que se han compartido en las redes por particulares y por el propio Ayuntamiento y, por tanto, ya os podéis hacer una idea de lo acontecido esos días.  

Pero como no podría ser de otra manera, "Lerín es Capital" también ha querido dejar constancia en este blog de un evento como este, y además, aportar un puñado de imágenes propias sobre algunos de los actos para ilustrarlo.

 

Es de celebrar que algo tan condicionante en estas fechas primaverales como es el clima, nos obsequió con dos días extraordinariamente favorables, prácticamente veraniegos. 

Esto ayudó mucho a que el disfrute fuera generalizado, y a que tanto los protagonistas de las actuaciones, los espectadores, los participantes en el mercado medieval, los hosteleros locales… como todo el pueblo de Lerín en general, pudieran celebrarlo de un modo aún mejor de lo que, en principio, se podría prever tras los lluviosos días precedentes.

 

Una programación muy intensa y apretada que, en apenas dos días, ofrecía muchas posibilidades para disfrutar de actividades diversas.

Incluimos en imágenes el programa de actos.

 


La recepción de autoridades y el inicio de las jornadas, tuvieron lugar el sábado a la mañana en el Ayuntamiento, con Ángel Sánchez como "maestro de ceremonias". Seguidamente se inauguró el Mercado Medieval


Este Mercado Medieval de La Plaza no solo generó buen ambiente y la oportunidad de adquirir artesanías y otros productos interesantes...



... también triunfaron, y de forma espectacular, los productos gastronómicos, como gominolas artesanales, chorizos, salchichones, quesos, cecinas...

Doy fe personalmente de que, tanto la repostería artesanal

…como la parrilla que, de forma continuada a lo largo del fin de semana, iba elaborando pinchos y raciones a la brasa, ofreciendo productos de muchísima calidad, habrán hecho mella, sin ninguna duda, en las básculas de no pocos hogares lerineses (incluido el mío).


 

La decoración de las calles y plazas principales ofrecían una ambientación muy apropiada.


 

También se llevaron a cabo, en ambos días, varias escenas teatralizadas muy entretenidas, todas con referencias a la efeméride, a cargo de "Iluna Producciones", con una importante colaboración de intérpretes locales

 


Hubo algunos actos culturales muy interesantes que, lamentándolo mucho, por circunstancias personales no pude documentar siquiera gráficamente, como las conferencias de los historiadores Juan Jesús Virto y Ángel Sánchez sobre "Los Beaumont: condes de Lerín, condestables de Navarra y duques de Alba", y "El final de la casa de Alba en Lerín", respectivamente. Dado lo interesante de estos contenidos, intentaré, si es posible, que esos trabajos puedan, más adelante, quedar reflejados de alguna manera en este blog.

 

La recreación en La Peña de lo que podría ser un poblado militar de la época, fue un escenario perfecto para acoger varios actos y demostraciones, tanto para mayores como para niños, y permitía ver ejemplos de armas, utensilios y equipamientos medievales.




 


Las diversas actuaciones a lo largo del fin de semana de los integrantes del colectivo “Professional History”, llenaron Lerín de evocaciones históricas a música, danza, costumbres y, como no, al permanente ambiente bélico que imperaba en la conflictiva época medieval en la que se fundó el Condado de Lerín





 
 
 
 


 
 
 
 


 
 
 
 

Merece ser destacada la demostración de forja de espadas llevada a cabo en La Peña. Esfuerzo y saber hacer, bajo el sol y el calor de las brasas y el metal candente.



 

 

Como resumen, fue un magnífico fin de semana en el que todo salió de maravilla y dio muchísimo gusto ver un ambiente tan divertido y cordial a lo largo de ambas jornadas. Por tanto, quiero felicitar sinceramente desde aquí tanto al Ayuntamiento de Lerín como a todos los colectivos y personas implicadas en la organización y realización de todo lo que pudimos disfrutar esos días. 

 

Para finalizar este artículo me gustaría hacer, a título exclusivamente personal, un par de reflexiones sobre algún detalle que me ha dejado un poco extrañado, y sobre algunas cosas que en cierto modo he echado de menos y que, a mi modo de ver, habrían puesto la guinda a la celebración. 

Ojo, que a lo mejor algunas de estas cosas se han intentado hacer y por circunstancias no se ha podido, no lo sé, pero yo creo que, al menos alguna de ellas, seguro que sí.

En primer lugar...  

No creo que haga falta insistir en la relevancia histórica del Condado de Lerín desde su creación, especialmente en ciertas fases de la historia. Precisamente por esto, y teniendo en cuenta que para  celebrar un centenario tienen que pasar cien años, para cuando llegue la celebración del VII Centenario, estaremos "todos calvos".   

Lo que quiero decir con esto es que para celebrar un acontecimiento de esta trascendencia histórica, utilizar apenas un único fin de semana, me parece (insisto, es solo mi opinión) bastante escaso. 

El fin de semana que aquí se refleja, lleno de espectáculos, me ha parecido genial, pero se me ocurre que, igual, conferencias, teatros... sumados a otras posibles actividades de diversos tipos relacionadas con el centenario, podrían haber proporcionado contenido suficiente para ocupar varios fines de semana.

Resumiendo: un solo fin de semana para celebrar este acontecimiento histórico, me ha sabido a poco. Y no por la calidad y variedad de los espectáculos que ha habido, que me ha parecido tremenda, sino porque no se haya extendido a lo largo de varios fines de semana añadiendo otros actos diferentes. 

Seguro que quienes, por circunstancias, no pudieron estar en Lerín ese fin de semana "principal", celebrarían haber podido asistir y participar, otro día, en alguno de esos otros actos relacionados.

 

En segundo lugar...

No sé si se intentó o no, o igual se intentó pero no fue posible, pero he echado de menos "algo", algún detalle, relacionado con la persona que actualmente es poseedor del título de "Conde de Lerín", me refiero a Carlos Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo.

Puestos a imaginar, su presencia en Lerín habría tenido para el pueblo un impacto mediático increíble. Pero, en su defecto, quizás algún tipo de mensaje suyo para Lerín con motivo del VI Centenario, o algo similar, habría estado bien.

 

Y en tercer lugar...

Esto ya es algo que no me parece ni "utópico" ni difícil de conseguir, sino que es algo que nos ha sorprendido a más de uno y me resulta extraño que no se haya tenido en cuenta. La calle Mayor y las plazas principales de Lerín, durante la celebración, ha estado repleto de banderas, pendones, banderines, símbolos, escudos... con referencias medievales, sin embargo, no se ha visto ni una sola representación del escudo de armas del Condado de Lerín

Se entiende que la decoración de las calles se llevó a cabo por especialistas en eventos medievales que recorren muchas zonas de la geografía española, y que la decoración vale para cualquier lugar, pero quizás, por parte del pueblo, se podría haber colocado en alguno de los lugares principales alguna impresión con el escudo que representa lo que realmente se estaba celebrando.

Escudo de armas del Conde de Lerín, Condestable de Navarra.

 

Resumen final: un fin de semana magnífico, buen tiempo, buen ambiente, y buenos espectáculos para ilustrarlo

Ojalá que todas las celebraciones venideras, sean por el motivo que sean, tengan este nivel y esta participación.

 

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 Artículo y fotografías: José York

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